Llegamos a Córdoba hace breves y disocio para no sentir el cansancio. Las últimas horas ya no entendía nada, era todo un chiste. Se me salía esa risa descontrolada, sin razón aparente, nerviosa en esencia, pero absurda en todo sentido. Ya me reía de cualquier cosa. No sé cuántas horas en total manejé.
Ahora, me siento frente al lago San Roque, justo en frente del hotel donde vamos a pasar la noche. De (no tan) lejos se ve la otra orilla. Autos, gente, un par de caballos. En sentimiento me sale como si estuviera mirando la orilla del Río Ganges. No defino bien por qué.
Me siento disfrutando de los sonidos ahora. Del caos de ciudad, que para ser sincera, no está tan mal, sobre todo para ser centro. La cháchara. La música. El rumm, eskrichhh de los autos que andan despacito. La bocina del impaciente, de seguro algún local que no puede esperar que pase el verano y toda esta gente "extra" desaparezca de una vez. De ahí pajaritos, y un grillito por allá. Lo que mis casi 30 años consideran "niñes" pescan sobre la orilla. Nubes densas tapándome el atardecer que otro par de nubes suaves y anaranjadas me insinúan desde más atrás. Me siento en paz. Me siento lista... Para lo que sea. Que venga lo que tenga que venir.
Las transformaciones se vienen dando tan rápido, me pregunto quién seré cuando revea esto.
Las nubes densas, esas que no querían saber nada, ahora se prenden de fucsia y largan humo de rosas al aire. Un fuego.
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