De repente miro hacia la derecha y me encuentro con un perrito playero. Pelaje rubio, mirada suave, patas largas. En principio solo se sienta a mi lado, pero en cuanto agarro el cuaderno y empiezo a garabatear se hace una bola atrás mío, apoyándose levemente en mi espalda baja. Siento el calor, aprecio la presión, el contacto, la unión de nuestros cuerpos. Vino a mostrarme algo, y ya se fue. Lo veo trotando en dirección al mar y ahora bordeando la orilla. Para brevemente a charlar con uno de los pescadores, y sigue viaje. La playa a la mañana se llena de pájaros, mezcla de gaviotas, palomas y otros chiquititos que no conozco de nombre, pero cuyo canto me emociona. Todos dispuestos a quemar las horas del día a cuenta gotas. Sobreviviendo, alimentándose, disfrutando del sol, de la gente, del ruido de las olas, de la caza, de la construcción, de la creación.
En casa me espera una charla incómoda y creo que inconscientemente, pero muy consciente también, estoy haciendo tiempo.
Sigo mirando al mar y en dirección a Mar del Tuyú, con la esperanza de que quizás aparezca mi madre caminando. Me pregunto de dónde viene esa ilusión, porque también me pasó el otro día. Si bien disfruto de mi soledad, y sé que estar en su cercanía es abandonar toda ilusión de silencio. Así y todo, ella es la razón por la que siento que debería volver pronto, ya que no quiero que ella tenga que enfrentar sola una situación que, en todo caso, le traje yo.
Con un poco de tembleque miro la hora: 8:40 am. Es momento, me recuerdo a mí misma, there's no rush, one moment at a time.
Me siento acá en la mesa, con él al lado. Apenas intercambiamos palabra. De ahí me muestra algo de las cositas que trajo, como para hablar de algo supongo. Creo que quiere que yo le pregunte cosas, pero la verdad que no me salen. No tengo ninguna curiosidad.
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