Dec 16, 2022

Orquesta de arena

 Todavía no deber ser las 8 am. La playa está casi desierta, salvo por los eventuales runners que madrugaron para cumplir con la sesión de ejercicio matutina. Ahí va uno, con el derecha-izquierda rítmico, acompañado de brazo opuesto, y ese movimiento de caderas o de no sé qué, que lo señala y distingue como un corredor habitual que se ha entregado a los movimientos naturales de su cuerpo y que deja ser ese vaivén casi cumbianchero de las manos al andar. Me pregunto qué es lo que motiva estas caminatas a plena mañana. ¿Será un sentido del deber, esa obligación de la actividad física diaria? Ya sea por el mantener el cuerpo fuerte al desgaste diario o por el querer cumplir con los estándares físicos de belleza que impone la sociedad y la gente toma como palabra santa y lo transforma en personalidad.

Los perros "de la playa" se agolpan a los ladridos alrededor de una máquina excavadora que ahora cruza la arena compacta de norte a sur. Incomprensible para los canes la naturaleza de esta bestia y qué hace acá. Fugazmente me pregunto adónde se dirigirá, y mientras los cinco perros la persiguen, considero si ellos también se lo preguntarán.

Otro corredor. Este más abrigado, sus movimientos sin tanta libertad. Nunca me gustó correr. No sé si será porque el retumbar de mis tetas siempre me acabó por hacer doler. Recuerdo en algún momento me emocionaban las carreras de velocidad en la escuela, pero ahora no sé si eso nacía tan solo de un deseo de ganarlas. 

Una pareja de viejitos pasea con perrito y todo. El hombre saca una selfie de perfil al mar para recordar este momento. ¿A quién se la enviarán después? ¿Hará una selección o las guardará todas en su teléfono? ¿Cuánto tiempo se quedarán allí antes de que se vean sometidas al escrutinio de la eventual "limpieza de carrete"? Tengo que borrar cosas ahora que me acuerdo. La memoria interna está a tope y el teléfono empieza a delirar.

Otro par de perros se ladran y juegan a orillas del mar. Uno se mete un poco y mira al horizonte. Una señora junta especímenes en una bolsa de plástico. Deben ser caracoles. No está lo suficientemente adentro para que sean almejas, pero así y todo podría ser. El sol ya empieza a calentar. Los pajaritos cantan y, si bien siempre tuve presente lo melodioso de estas aves, por alguna razón, quizás porque me estoy poniendo más vieja, me la paso hipnotizada por los cánticos a mi alrededor.

El viento dibuja carriles de autopista en la arena seca. Algunos pajaritos los respetan. A este punto la lona ya se me inundó de arena. No es que me importe mucho, y de hecho probablemente termine estirándome por fuera de los límites de la tela, me conozco. Los brillitos de las piedras milimétricas me llaman y prometen calorcito. Enterrarme en la arena bajo el sol es sin dudas lo más acertado para combatir el frescor. Como última imagen, captura mental -clic-, grita el churrero andando en bicicleta (segunda vuelta por acá) mientras que el grupo de futuros guardavidas lo ven pasar, yo me imagino que con anhelo, pero quizás esas son ideas mías y ellos tienen más ganas de entrenar que de tirarse en el sillón a tomar unos mates con bolitas de fraile. Será cuestión de motivación, como todo en esta vida.

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